domingo, 12 de junio de 2011

En la prisión de Makala

La semana pasada fui a la prisión de Makala, por motivos de trabajo y acompañando a una religiosa española que lleva alrededor de 20 años en el Congo y presta ayuda a los presos que están en la cárcel. Una labor encomiable y digna de elogio la que realiza esta señora. Fue bastante impresionante ver como es una cárcel en el Congo. Por fuera no llama mucha atención; es como cualquier otro edificio ruinoso y destartalado de Kinshasa. Pero por dentro es cuando te impresiona. Para empezar, hay pocas personas que podamos denominar "funcionarios de prisiones". Tuve la ocasión de conocer al director la prisión, que se enorgullece de haber sido él mismo recluso de la prisión. La tarea de vigilantes la realizan otros presos (identificados mediante una especie de chalecos azules y amarillos). Pregunté y me dieron dos versiones sobre esos "vigilantes": o son presos que les falta poco cumplir su condena o son presos "que no tienen remedio" y es la única forma de poder subsistir. Porque a los presos de la cárcel no se les da comida, uniformes ni nada de nada; tienen que ir sus familiares a llevarles la comida. Por eso es muy común ver a la entrada de la cárcel una larga cola de mujeres que le llevan comida a sus maridos o hijos.

Cuando entré me dieron un papelito. Yo pregunté que para qué era y me dijeron que tuviera cuidado de que no se me perdiera o me lo robaran, porque con ese papelito es con el que los guardas te permiten salir. Me quedé acojonado y guardé el papel como mi más preciado tesoro. Una vez en el patio, fue un poco rocambolesco, porque había un montón de gente mezclada deambulando, que no sabes si son policías, abogados defensores, jueces, visitantes, vigilantes o presos. También incluidas cabras y gallinas. Estas últimas creo que no tenían papelito para salir.

Luego no entramos mucho más; vimos un poco de los pasillos y de las celdas. El aspecto y el olor son totalmente indescriptibles. Un montón de personas hacinadas, sentadas, de pie o tumbadas por los pasillos, lanzando miradas hostiles. Después de terminar las gestiones y visitas que había que realizar, nos fuimos. Ya a la salida asistimos al último cuadro surrealista de la prisión: un traslado de presos, que se los llevaban a otra cárcel ¡en un taxi normal y corriente! eso si, vigilados por un policía armado con un AK-47.

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